Vuelta a París
3 de junio, 2021
6 semanas fuera de casa. 44 días, para ser más precisa. Cuando uno se va por un tiempo, no importa si es a otro continente o sólo a una ciudad cercana, la sensación que se siente a la llegada suele ser la misma. Abro la puerta del departamento y siento un olor conocido. Todo suena familiar, pero diferente. Todo parece más grande o más chico. Miro los muebles y comienzo a reconocerlos. Veo un par de tazas que no recuerdo. Abro cajones, todo está en su lugar, aunque necesito abrirlos para recordar lo que hay adentro. Esos movimientos que se salían automáticos, tardan un poco en hacerse familiares. La manija de la heladera la siento grande, la puerta es más liviana de lo que recordaba. Recorro las habitaciones, miro las paredes y veo los pocos cuadros que tengo. Las paredes blancas parecen vacías. Tendría que poner algo más. La ducha que en algún momento quería cambiar hoy noto que no está nada mal. No sé si es por cariño o porque lo extrañé, el departamento me parece perfecto para mí. No necesito nada más.
No sé cómo vestirme. Quiero ponerme el mismo uniforme de viaje, pero pienso que no va. Elijo un par de jeans, una remera y una campera. Como me vestía antes de irme. Pero ya no va. Hace calor. La pifié mal, lo comprobé cuando ya estaba en la calle. Salgo a hacer compras para que las pocas cervezas que están dentro de la heladera no se sientan solas. La panadería de la esquina ya no lo es. Algunos obreros hacen trabajos, quizás un nuevo dueño se anime a hornear. Sigo unos pasos y veo que los restaurantes están poniendo las mesas afuera. A una cuadra, Avenue de l’Opera tiene un embotellamiento significante. Tanto cambio en tan poco tiempo. Más libertad, por un lado, mucha impotencia por otro. Oficinas en alquiler. Hoteles en venta.
¿Cómo puede haber habido tanto cambio en tan poco tiempo? ¿Las nuevas reglas del Covid, el cambio de temporada? ¿O acaso el cambio está dentro de mí? ¿Quién sabe? Lo que sé es que hoy, estoy contenta de estar de vuelta en casa.
