Viaje en tren a Dongying

Silvia S. Hagge
4 min readSep 28, 2024

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El viaje en tren de Zibo a Dongying y vuelta vale la pena un capítulo aparte. Venía malacostumbrada a los trenes bala, limpios, amplios, rápidos, cómodos. Pensaba que todos eran así y que no valía la pena sacar primera clase porque estaban perfectos así. Hasta que me tocó el tramo del que voy a detallar.

A Dongying no se puede llegar con tren bala, la única opción de llegar a la ciudad por vía férrea es por una conexión en Zibo.

Ya en la cola en la plataforma veo que hay demasiada gente a la que solía ver y con equipaje importante, no solo por el tamaño sino por la cantidad. Cuando llega el tren noto que no es blanco con esa nariz punteaguda, con ese estilo fino, redondeado, aerodinámico. Es un tren verde de un estilo de los que estamos acostumbrados a ver en Argentina. Un estilo al San Martín pero verde y con todas las ventanas con vidrios enteros.

Cuando el tren frena y alguna gente baja, se siente la ansiadad en aumento de los que esperan, esperamos y, por causalidad y aún sin entender cómo llegué a serlo, soy una de las primeras en embarcar por esa puerta.

Primera imagen: un baño vomitado, una mujer que se agarra la panza y hace arcadas. Me subo el barbijo, y entro contra corriente de valijas que avanzan con gente que intenta encontrar su asiento y acomodar sus pertenencias en algún lugar. Huelo caos, vivo un caos y me pregunto qué estoy haciendo ahí, qué me llevó a querer vivir una experiencia semejante. Encuentro lugar para mis valijas en el portaequipajes que es demasiado alto para alguien que no sea escandinavo y me siento en el asiento equivocado; el mío es el siguiente. Sillas de a cuatro, dos enfrentadas con otras dos. Por suerte no me tocó las de seis, pienso, como si cambiara en algo. Apoyo mi mochila pesada y la bolsa de víveres sobre mi falda, el iPad para leer mi libro, la cámara colgada al cuello. No puedo hacer ningún movimiento ni hacia adelante y ni hacia los costados. Las vecinas de las sillas de seis pusieron sus valijas bajo sus piernas, las rodillas les llegan al pecho. Mi compañero de enfrente no tiene lugar para su enorme valija con ruedas, ya otro vecino puso la suya, decide ponerla en el pasillo. Todavía no sabemos la que nos espera. Cada vez que va a pasar el carrito con los vendedores, que será más veces de las que pensamos, se transformará en un trámite de movimientos torpes, cómicos, de la valija hacia los rodillas entre nosotros, la vecina del otro lado del pasillo con la suya moviéndola hacia adentro y una vez que pasa el carrito, vuelta al lugar original. Eso una y otra vez y tantas veces más a lo largo de la hora y media de viaje a una velocidad de la que estamos acostumbrados en el conurbano bonaerense.

Pienso que no puedo tener cocodrilo tan grande en el bolsillo, y me digo que al regreso voy a tomarme un billete de primera clase. Cuando me fijo lo que había costado ese tramo, es lo equivalente a 1 dólar americano. “Cuando llegue al hotel lo cambio”, pienso, siempre tan ilusa. Tal es la desgracia enterarme de que la primera clase, no existe. No queda otra que resignarme a volver de la misma manera.

Tal como previsto, se repite lo mismo al regreso. Cola enorme en la estación; la regla implícita: colarse. Soy una de las últimas. Hasta que recuerdo que con pasaporte extranjero sólo puedo pasar por la fila destinada a los viejos. Paso delante de los cientos, sonrisa triunfal bajo el barbijo, que no se note en los ojos. Paso, entro a mi vagón. Los baños huelen fatal pero hoy no hay vómito. Llego a mi asiento, esta vez no me equivoco. Subo una maleta sin problema. Intento la segunda y se me cae sobre el asiento. Por suerte no hay nadie todavía y no se cae sobre mí. Me toca sección de seis. Todos hombres. Cuatro jóvenes, tres con anteojos, un viejo, de mi edad, y yo. Hoy no hay valijas en los pasillos, me animo a poner la mochila sobre el espacio que queda en la mesa.

El aire funciona bien y ya todo eso es una gran diferencia.

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Written by Silvia S. Hagge

Primero viajo, después te cuento. El viaje es una excusa. Una excusa para sacar fotos. Otra excusa para encontrar historias.

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