Sincrocasualidad
No es la primera vez que me pasa. Y lo más probable que no sea la última. Tendría que escribirlas para recordarlas de tanto en tanto para poder volver a sentir esa sensación de sorpresa que me inunda cada vez que me ocurre.
Todo pintaba normal. Caminé las ocho cuadras que me separan del subte para ir a una cita médica. Bajé las escaleras mecánicas, me ubiqué donde suelo hacerlo, cerca del kiosco de revistas. Abrí el libro, comencé a leer. Cuando el subte llegó, entré, como de costumbre, por la puerta que parecía más despejada. No había asientos vacíos. Apoyé mi espalda contra un caño vertical para no caerme ya que mis dos manos sostenían el libro abierto.
En la estación siguiente entraron más pasajeros pero no fue necesario que cambiara mi cómoda posición. Seguí leyendo. Mientras lo hacía, me llamó la atención el diálogo en inglés de un par de muchachos que acababan de subir. El acento no era de anglosajones, más bien de europeos nórdicos. Mi vista quedó clavada durante bastante tiempo sobre una misma oración. Mi curiosidad quedaba en esa conversación que seguía, constante, a mi izquierda. Hablaban del metro de París y del subte de Buenos Aires. Entendí que uno era serbio. Giré la cabeza hacia mi izquierda para ver los dueños de esas voces que venía escuchando. Un pelado con barbita crecida y un rubión. No pasaban los cuarenta años. Seguí con la lectura y dejé de chusmear.
Bajé en Pueyrredón. Ellos también, pero tomamos diferentes salidas.
Fui al médico. Al ser la primera visita me llevó más tiempo que lo normal. Completé formularios, conté mi historia clínica y charlamos un rato. Después tuve que ir a sacar turno para estudios a cuadras de ahí. Me dí cuenta de que tenía que hacer un depósito, busqué un banco cercano y entré. Me quedé un rato más para hacerle algunas preguntas a la chica de recepción. Cuando salí del banco me puse a ver cuál sería la forma más cómoda de volver a casa.
El 59, no. Tenía que caminar varias cuadras. El 64, tampoco. Ví la locura de tránsito y desistí. Opté por volver en subte. Fui a la estación Pueyrredón. Ahí me encontré con que hay dos líneas: la H y la D. Bajé las escaleras, crucé gente que subía, que bajaba. Llegué a los andenes de la H. Para llegar a la D había que ir hasta la mitad del andén. Llegó el H cargado de gente. Se abrieron las puertas y docenas de pasajeros salieron al trote. Los dejé pasar. Los seguí. Ellos sabían a dónde iban. Más escaleras. Mucha gente a pesar de no ser hora pico.
Llegué al andén de mi subte. Sólo esperé dos minutos. Entré por la puerta más despejada. Algunos pasajeros tapaban el paso. Pedí permiso para ubicarme cerca de los asientos que estaban ocupados en su totalidad. No quería sentarme, sólo poder agarrarme con una mano para sostener el libro abierto con la otra. En la estación siguiente hubo recambio de pasajeros. Los que se levantaban del asiento para bajarse me fueron corriendo para la derecha. Quedé mirando hacia la puerta. Entre tanta gente mis ojos se detuvieron en un par de muchachos que estaban hablando animadamente. Tuve que mirar dos veces para creerlo. Eran los dos mismos que había visto en mi viaje de ida, un par de horas antes. No podía salir de mi sorpresa. No podía callarme la boca, tenía que contárselos.
Me acerqué y fui directa. Hi, guys, I have something to tell you. Les conté con lujos de detalles. El serbio se sonrió y me dijo: dale, haceme creer. Vos te quedaste en el subte y te hacés los ida y vuelta.
Me hizo reír.
Me contaron que ambos bailan tango. Que el serbio vive en Argentina hace 8 años con su esposa que también baila y el otro, finlandés, vino a conocer y bailar. O a bailar, y de paso, conocer.
El serbio se bajó en la estación anterior a la mía y me encargó que orientara al finlandés que bajaba en la siguiente, como yo. Así como nos sincronicidamos, nos desincronicidamos.
A veces me gustaría ser un dron para ver cuántas de estas sincronicidades me pierdo por estar mirando hacia otro lado. Por estar atándome un cordón, o por haber perdido un colectivo. No para ayudarme a cambiar el destino. De pura curiosidad nomás.