Los ángeles de la ruta

Silvia S. Hagge
5 min readMar 7, 2023

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“Flower Power” en todo su esplendor. Formosa, Argentina. 5 de marzo, 2023. ©Silvia S. Hagge

Tantas veces me ha pasado de encontrarme en una situación de desesperación, en el medio de la nada cuando de repente, como si lo hubiera convocado, aparece un ángel de la ruta para solucionarme el problema y luego se va de la misma manera que llegó.

Recuerdo la anécdota de mis padres cuando una vez iban por la Panamericana y un auto los pasó por la derecha. El hombre, a los gritos, les hizo entender que frenaran y que bajaran todos del auto. Le hicieron caso y se dieron cuenta de que el mismo se había prendido fuego por debajo. El hombre sacó un matafuegos, apagó el incendio, volvió a entrar a su auto y desapareció de la misma forma que llegó. Cada vez que mi papá nos contaba esa historia decía: “Esa fue la vez que ví a Jesús en persona”.

Años después, en un viaje entre San Pablo y Para Tí en Brasil, con mi compañero de viaje tomamos la ruta que pensábamos era la más corta pero nos encontramos en una montaña rusa de barro en una calle que descendía en plena selva. Nos deslizábamos a cuatro ruedas cual slalom. Eran los años cuando todavía no se había inventado el celular ni era común tener un GPS. En una de esas curvas embarradas, perdimos el control del auto y terminamos mirando hacia el lado contrario. No podíamos volver hacia atrás porque habría que subir. Entre los dos no podíamos llegar a hacer nada. Yo lloraba, ya me imaginaba perecer ahí, entre tábanos, barro y la selva densa en la gran oscuridad de la noche. Entre llanto e inesperanza a la vista, de repente, vimos un par de luces que se acercaban. Resultó ser un camión con tres hombres que se bajaron y enterraron, como nosotros, sus piernas limpias hasta las rodillas, engancharon el Gol precario que habíamos alquilado con cadenas a su camión, nos pusieron de vuelta en el camino para poder seguir bajando deslizándonos en el barro hasta llegar a salvo a destino. Esos ángeles desaparecieron en la oscuridad de la misma forma que llegaron.

Cari cantando victoria demasiado rápido. Formosa, Argentina. 5 de marzo, 2023. ©Silvia S. Hagge

Este fin de semana nos encontramos en una situación similar, con mi amiga Cari, en un parque nacional formoseño. Por no querer romper reglas, no dejamos el auto en la calle, sino que lo pusimos en el estacionamiento para ir a avistar pájaros. No se notaba que debajo de esa tierra seca blancuzca, había barro arcilloso. El auto se hundió y no había forma de sacarlo. Buscamos hojas y palos para intentar hacer palanca. Cari usó su ingenio, positivismo y paciencia y logró empujarme mientras yo hacía marcha atrás. Cantamos victoria. Gritos de alegría, fotos. Demasiado pronto. Hice marcha atrás sin poder ver mucho pues la luneta trasera estaba completamente cubierta de tierra. No nos dimos cuenta de que a mi izquierda había una zanja con agua. Fui directo ahí. La rueda delantera izquierda quedó profundamente encajada. No pude contener mi bronca por mi idiotez y al ver la situación me dí cuenta de que iba a ser imposible sacarlo entre las dos. Intenté comunicarme con el número de teléfono de emergencia que figuraba en los carteles del parque, pero fue en vano. En esa zona no hay señal. El guardaparque estaba a 15 km y nosotras teníamos un vuelo que tomar. Mientras yo perdía toda esperanza, Cari repetía que lo íbamos a lograr, mientras metía su zapatilla en el lodo que la hizo resbalar y caer de cola, los binoculares para avistar pájaros colgaban de su espalda.

La entrerriana en patas. Formosa, Argentina. 5 de marzo, 2023. ©Silvia S. Hagge

Entre el canto de pájaros y chicharras, y la invasión de mosquitos hambrientos que nos chupaban la sangre del único espacio donde no había llegado el Off, escuché un motor. Ambas supusimos que era la cuatro por cuatro del guardaparque que se había preocupado por estas dos mujeres, las únicas que estaban en el parque nacional. Pero no, era un auto casi como el nuestro. Pero un auto, al fin. Comenzamos a sacudir los brazos con desesperación. Sentimos un gran alivio que duró hasta que vimos que eran cinco mujeres. Más tarde ambas coincidimos que sentimos una leve desilusión al comprobar que no había ningún hombre a bordo. (Lo que hubiéramos sentido si no fuéramos feministas). Detrás de sus ventanillas, más limpias que las nuestras, las vimos a todas sonrientes. Una con el mate en mano. Con la cabeza afuera, la conductora nos dijo que no se habían dado cuenta de que las estábamos llamando. Pensaban que movíamos los brazos para espantar los mosquitos. Lo cual también era cierto. Fueron bajando una tras otra. Primero la entrerriana al volante que estaba en patas. Luego las formoseñas, y por último, una niñita con síndrome de down que se pegó a Cari entusiasmada por los binoculares.

Manos a la obra. A buscar ramas, palos y otras yerbas que colocamos luego debajo de la rueda. Cuatro de frente y la entrerriana en patas agarrada a la puerta del copiloto. Se pusieron a empujar al unísono con toda su fuerza. Mientras tanto, yo, al volante, sacaba fotos. El auto salió en el primer intento como si hubiera sido cosa sencilla. Nuevo jolgorio con canto de victoria. Esta vez sí, nos aseguramos de que no hubiera más barro o charco a la vista mientras maniobriaba.

Nos despedimos a los abrazos, tan agradecidas por su ayuda y por esa hermosa sensación que da la hermandad entre mujeres. “Flower power” en todo su esplendor.

Nuestros nuevos ángeles de la ruta también desaparecieron de la misma forma que llegaron. Me quedó esa sensación de bronca de no haberles pedido su nombre y su teléfono. Al menos esta vez, me quedé con el recuerdo de las fotos.

Dos de los ángeles. Formosa, Argentina. 5 de marzo, 2023. ©Silvia S. Hagge

A todos los ángeles de la ruta que andan sueltos por ahí.

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Written by Silvia S. Hagge

Primero viajo, después te cuento. El viaje es una excusa. Una excusa para sacar fotos. Otra excusa para encontrar historias.

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