Fiebre de un viernes de verano

Silvia S. Hagge
4 min readMar 13, 2023

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“Sil, ¿vamos a un bar esta noche?”, le pregunté a mi amiga casi tocaya, no sólo por su nombre sino por el sí fácil que tiene.

“¿Cómo?”, me preguntó.

En un par de horas me pasó a buscar.

“Ya estamos a dos cuadras, Silvi. Podemos buscar donde tirar el auto”, le dije, de copiloto.

No encontramos lugar libre en la calle, pero convenientemente ubicado a media cuadra del bar había un cartel luminoso con una enorme E y una flechita que nos guiñaba para convencernos a entrar.

“Mejor dejarlo acá adentro, más seguro”, no dudó en decirme Silvina. Entramos, abrimos la ventanilla, nos entregaron el ticket y les dejamos las llaves.

Cenamos, bailamos y cuando decidimos que ya era hora de partir, nos fuimos.

En la esquina había un gran embotellamiento y el que lo originaba era un autobomba a todo vapor.

“No te preocupes, Silvi. El estacionamiento está adelante y la calle va en la dirección correcta, de acá salimos en un ratito”, le aseguré como si supiera.

Decididas, nos acercamos a la policía que estaba cortando el tránsito quien nos dijo, más segura que yo: “no pueden pasar porque” y la interrumpí: “Es que tenemos que sacar el auto que está ahí nomás, en el estacionamiento”.

“El incendio está dentro del estacionamiento”, cortante, y sin anestesia, nos dijo la policía no ocultando su autoridad.

Silencio, confusión, puteadas, shock. Silencio, preguntas, rezos. Espera. Silencio. Hipótesis. Bronca, puteada. Espera. Preguntas. Respuestas turbias. Hay que esperar.

Esperamos paradas en la esquina. Nos encontramos con otros que esperaban, confundidos como nosotras. Humo, mucho humo. Olor a goma quemada. Más gente que salía del bar y acababa de enterarse. Un hombre que estaba con visitas extranjeras a quienes tenía que llevar al aeropuerto por la mañana y los pasaportes habían quedado dentro del auto.

Nuevamente humo, más humo y más olor a goma quemada. Bomberos socorrían a compañeros y los atendían cuando caían en la vereda. Llegaron las ambulancias.

Espera, espera. Fuimos al restaurante Le Mare de la esquina a ver si nos vendían agua. El empleado, condescendiente, nos ofreció buscar agua del bebedero para nosotras. “Esto no se va a solucionar hoy, Silvi. Venite a dormir a casa, las llaves de tu departamento están en el auto. Mañana será otro día”. Aceptó.

Llegó mañana. Silvi pasó noche blanca y se plantó en el estacionamiento a las 7.30. Seguían saliendo los últimos bomberos. Quizás habían cuatro autos quemados y otros dañados pero no se podía dar más información hasta que no llegaran los peritos y el fiscal. Hizo la denuncia, habló con el seguro pero no le quedó otra que esperar, paciente sin saber si su auto había sido afectado. Todo el sábado, todo el domingo. Hoy lunes, por fin le dijeron que podía ir, aunque tampoco le habían dicho si el suyo estaba dañado.

En la entrada nos esperaba el dueño del garage y un hombre con una lista, bastante larga con marcas de autos y números de patentes. Conté unos quince. Su auto no figuraba ahí. Zaz, pensamos, el auto está destruido. No terminamos de pensar eso que el dueño nos dijo que era una buena señal. Fue a fijarse y nos confirmó, podríamos sacar el auto al fin.

Bajamos al segundo subsuelo. En el camino el olor a humo seguía y la garganta ya nos raspaba. Paredes negras, ceniza, agua. La planta baja con techo destruido. Primer subsuelo sin luz. Con la linterna del teléfono del dueño que nos acompañaba, pude distinguir en el fondo los autos de los que no tuvieron tanta suerte. Eran varios. Segundo subsuelo. Cochera 80. Ahí estaba. Sobre un charco de agua que ocupaba todo el espacio donde estaba estacionado. Agua negra, pastosa, grasosa. Silvina, de vestido largo, blanco, impecable, como las zapatillas, decidida avanzó y entró al auto sin ocultar su euforia.

En la planta baja nos esperaba el policía para terminar de completar papeles y firmar. Mientras tanto, un empleado con plumero intentaba en vano de sacar un poco de la ceniza que cubría el vehículo.

Partimos, con una sonrisa que lo decía todo.

De punta en blanco. La elegancia ante todo. ©Silvia S. Hagge
Plumereando. ©Silvia S. Hagge
Un poquito más de ceniza por acá. ©Silvia S. Hagge
Una desgracia con suerte. ©Silvia S. Hagge

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Written by Silvia S. Hagge

Primero viajo, después te cuento. El viaje es una excusa. Una excusa para sacar fotos. Otra excusa para encontrar historias.

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