EN PINAMAR RECICLAN CON CONCIENCIA.

Silvia S. Hagge
9 min readDec 26, 2021

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Un ejemplo a imitar.

El equipo de Reciclando Conciencia en plena acción. Noviembre 2021. ©Silvia S. Hagge

Algunos con mate en mano, otros con café, los interesados fueron ingresando a la sala de conferencias en el Edificio Karakachoff de la Universidad de La Plata habilitada para la “V Jornada Transformando Residuos en Recursos. Agua y Energías Renovables.” Era el 18 de septiembre de 2019 y hacía un año que no pisaba Argentina.

Tras las primeras disertaciones, un joven de pelo blanco tomó la palabra y describió, no sin dificultad, el proyecto en el que estaba embarcado. Quedó exhausto, de hombros caídos. Algunos pocos nos dimos cuenta del tesoro que allí se ocultaba. El contenido me impactó tanto que sin dudarlo me acerqué a levantarle el ánimo y conversar sobre el tema. Ya más relajado, me contó sobre el proyecto maravilloso que estaba implementando en Pinamar. Su humildad se escondía detrás de su timidez. Le prometí que algún día iría a visitarlo.

Después llegó la pandemia.

Hace un par de semanas regresé al país tras casi dos años de ausencia y decidí ir a verlo.

“Tomá la calle Intermédanos y antes de llegar a Bunge, a mano izquierda, vas a ver unas gomas. Entrá al fondo”, me dijo alguien que lo conocía. Más allá de las gomas había una tranquera y, más allá, pilas de aquello que para la mayoría de nosotros es tan solo basura.

Alrededor de una mesa comenzaban a sentarse comensales. Era la hora del almuerzo, la hora de un recreo, la hora de disfrutar de la comida que había hecho Marilin o quizás alguna de las otras señoras que allí estaban. Saludé, me presenté y pregunté por Charly, ese joven que había conocido en La Plata. Marilin me dijo que no tardaría en llegar y que ella podría hacerme una visita guiada del lugar mientras lo esperábamos. Marilin y sus explicaciones del increíble proyecto me impactaron tanto que me quedé dos horas escuchándola. Boquiabierta.

Un camión entró al galpón y volcó los bolsones de posibles desechos reciclables en el piso. Un grupo de empleados comenzó a barrerlo y embolsarlo. Mientras, Marilin contaba: “En la cinta pasan todos los materiales que llegan de las 100 islas ambientales que están colocadas por todo Pinamar, Ostende, Valeria del Mar y Cariló. Se pone todo menos el vidrio que lo traen a granel y lo ponen directamente afuera, aunque llegan unos 100 kilos diarios a la cinta por equivocación. Se hace una separación en más de 24 categorías diferentes. Sólo el plástico se separa en más de 10. Los metales también se clasifican.” Tetra, cartón, papel blanco, papel de folletería, nylon. Botellas de agua, de lavandina, de gaseosas. Bidones con rastros de aceite, bidones sin. Latas. Y tantas otras cosas más. Cuando aparecen algunas sorpresas, entre ellas, pañales, se las pone en otro bolsón que es para desecho final, a rellenos sanitarios o basural a cielo abierto como es el caso de Pinamar.

Por la cooperativa pasan entre 5000 y 6000 kilos diarios. Noviembre 2021. ©Silvia S. Hagge

Por la cooperativa pasan entre 5000 y 6000 kilos diarios.

“Clasificamos todo porque la idea es hacer una gestión integral de residuos. No solamente lo valorizable, como el cartón o el plástico, sino también aquello que no tiene tanto valor de mercado”, aclara Marilin.

Cuando le pregunté quién se encargaba de llevarles los residuos al galpón, me explicó: “De las 100 islas, unas 40 son manejadas por la municipalidad. Nos traen lo que recolectan ahí y nos pagan por el tratamiento de esos residuos. Los demás son convenios de cooperación que tenemos con hoteles, supermercados, Mc Donald’s, algún corralón. Ellos se hacen parcialmente responsables de los residuos, es decir, se limitan a separarlos. A esta altura la mayoría ya tendría que entender que hay pagar por el tratamiento de los residuos como lo hace la municipalidad. Separar es un proceso más largo que contaminar. Para que salga un producto de la cooperativa debe pasar, por lo menos, por 5 manos: el que lo trae, quien lo separa, quien lo muele, quien fabrica la placa, quien fabrica el producto, quien lo vende. Tiene mayor tratamiento que simplemente juntarlo, hacer un pozo y enterrarlo. Algunos pagan por el tratamiento de sus residuos pero otros no.”

Al fondo del galpón están las prensadoras y, al lado de ellas, hay algo que sin duda captaría la atención de un artista: botellas amarillas de lavandina bien apretaditas, botellas de agua, bidones transparentes, tetrabricks. Cuando se junta una cantidad considerable se prensa y se vende a empresas que lo reutilizan. Cuánta satisfacción saber que todo eso se transformará, tendrá una nueva vida.

Detrás de la cinta hay una sección que bien podría ser un laboratorio. Allí no sólo se realizan algunas pruebas, también se muele el plástico en pequeños gránulos para su venta o su uso en la fabricación de plaquetas en un horno pizzero. El tergopol no puede reciclarse pero, para evitar que acabe en la basura común, lo reciben y fabrican con él unos ladrillos, resultado del material blanco triturado mezclado con cal y arena. Las paredes de la extensión del galpón están hechas con esos ladrillos revocados. Además de útiles, son pintorescos. En el piso hay bolsas llenas de plástico molido de diferentes colores: blancos, blanco reposera de jardín, blancos no tan blancos porque ya van por el segundo reciclaje, rojos, negros -de las teles- y algunos multicolores de las tapitas de botellas, que tienen una composición diferente.

Afuera hay montañas de sillas plásticas rotas que esperan ser transformadas en pequeñas partículas para dar vida a otra cosa. Y otras bolsas. Y muebles. Y más. Todo a la espera de ser procesado. Hay mucho por hacer, pero tanto que han hecho.

Monzón en su reino. Noviembre, 2021. ©Silvia S. Hagge

Bajo unos altos árboles que además de bellos dan buena sombra, está la sección de chatarra al mando de Monzón. Alto y esbelto con 65 años encima, Monzón con su charla pausada y segura me cuenta que, después de muchos años manteniendo el enorme parque de un importante hotel donde le pagaban de vez en cuando, se acercó a Charly, a quien conocía porque “iba al hotel a colocar Durlock.” Le pidió trabajo. Después de un par de días en la cinta de clasificación de residuos, Charly le propuso ocuparse de la chatarra que hasta ese momento formaba una inmensa montaña con todo mezclado.

Hoy ya no es una sola montaña, sino secciones de amontonamiento de cosas clasificadas. Heladeras, televisores, lavarropas, cables separados por tipo y color y tambores de lavarropas que “la gente viene a buscar para poner en el jardín, llenar de brasas y agregarle un disco para cocinar al aire libre porque están hartos de cocinar adentro durante todo el año”, acota Monzón frente a cámara. Hay también autopartes, viejas lámparas del alumbrado público, bañeras que algunos compran para enterrar en el jardín y transformar en maceteros y muchas cosas más.

Tuve la sensación de que Monzón es un hombre feliz. Desde que trabaja en Reciclando Conciencia cobra todos los meses, recibe un bono por presentismo y, a fin de año, se reparten las ganancias de los materiales vendidos. También me cuenta que toman un refrigerio y que todos los días almuerzan todos juntos.

Con orgullo Monzón me mostró la casilla que construyó con los materiales encontrados. Chapas, maderas, la manija de la puerta es la de una heladera que ya no es. En la puerta se lee “Patagonia”. Unos carteles decoran la entrada, los cables de teléfono los usó para poder traer electricidad desde el galpón y adentro tiene un rejunte de cosas. La radio baqueteada suena a música.

Con paciencia me contó paso a paso cómo desarma los electrodomésticos.

La heladera: “se sacan las manijas, las puertas y la bocha (el motor), útil aunque no funcione. De las heladeras antiguas se saca el cobre; de los freezers, el aluminio, el cable, y la parrilla de atrás. Todo eso se vende y el esqueleto que queda sale como chatarra que se vende también. Eso es para las heladeras sin posibilidad de arreglo. Para las que pueden repararse, un hombre pasa a buscarlas, las arregla y las vende.” Una señora espera paciente que Monzón termine de contarme y pregunta si hay alguna para vender.

Los televisores: “Se les saca el cobre y el aluminio y el plástico de atrás va a molienda. Sale como plástico granulado, chiquitito con lo que se hacen placas para fabricar otras cosas que hacen en la cooperativa”, me cuenta con seguridad.

Las cocinas: “Se les sacan las hornallas, la parrillita de arriba, el vidrio de la puerta, las cañerías de conexión a la perilla que son de aluminio, las perrillas, la parte interna que es de bronce y la bandeja. El mechero de la llama del horno también se vende. Queda solo el esqueleto de la cocina que sale como chatarra.”, termina mientras acomoda su barbijo. Lo llaman para el refrigerio.

Charly es Carlos Méndez. A los 5 años vendía violetas. A los 6 vendía diarios, después lustraba botas. A los 12 barría una fiambrería. A los 14 conoció Villa Gesell donde se quedó hasta los 18. Era el mejor promedio de matemáticas en la secundaria pero no pudo seguir estudiando. A los 19 conoció a un arquitecto que lo formó como oficial especializado en construcción en seco. A los 35 años tuvo que tomar la decisión entre seguir con la construcción en seco o dedicarse 100% a la cooperativa. “Esa profesión es la que me tocó y la cooperativa es la que elegí”, me confiesa.

Si bien ya tenía una idea formada para hacer algo por el reciclaje, conocer a Katja Alemann quien tiene una ONG llamada Reciclarte “consolidó mi idea y me explicó que en Tigre se manejan a través de una cooperativa. Decidimos lanzarnos con la cooperativa porque nos pareció un formato inclusivo y equitativo”, cuenta Charly.

Comenzaron siendo 17 socios fundadores, ahora son 4. “Los que quedamos somos los que le pusimos pasión a la cosa”, agrega y yo asiento. Y sigue: “Quise seguir con esto, entonces comencé a hacer la diplomatura en Gestión de Residuos y Salud con Ricardo Rolandi, una eminencia hoy, y con Atilio Sabino, en Buenos Aires.”

“Hemos pisado todas las minas habidas y por haber y el sistema mismo te lleva a que este tipo de proyectos se frustren en el camino. Nosotros teníamos la misión y la visión totalmente claras lo cual nos permitió sortear ese tipo de cuestiones. Es un cambio de paradigma. Es estructura, es engranaje y creo que tiene que ver un poco con el cambio de ideas, con el cambio de liderazgo político, porque si bien nosotros crecimos, crecimos sin apoyo político. En realidad el apoyo político lo estamos recibiendo por una cuestión de presión social o empresarial. Entendí que la parte gubernamental se mueve cuando la comunidad se mueve y cuando arrastrás un poco de gente”, me cuenta con pasión.

“A diferencia de una empresa tradicional, no tenemos empleados. Somos 36 socios que empujamos el proyecto para adelante. No pagamos sueldos sino que son adelantos de retiro de excedentes y en el 2016 logramos ser reconocidos como proveedores de servicio. A partir de ahí pasamos a tener un contrato de servicio de residuos reciclables clasificados en islas ambientales. Eso nos permite tener un piso. El incentivo que tenemos los socios es que cuanto más cargas enviemos, más comisión recibiremos. Recibimos comisión por cantidad de cargas, presentismo y jerarquía.”

Por último le pregunté en qué se puede ayudar.

“Entender que somos responsables de los residuos que generamos y donde lo pongamos. No puede depender de un grupo de personas una problemática que nos atraviesa a todos: a las empresas, al gobierno, a los ciudadanos. ¿Cómo tratamos la basura? ¿Nos involucramos o no? Tiene que ver con un nivel de conciencia.

Charly queda en silencio, luego concluye: “Uno conoce lo que ve y muy pocas personas buscan conocer más allá de lo que ven.”

“¿Nos involucramos o no?”. Noviembre 2021. ©Silvia S. Hagge

Para los que dudan como yo, aquí unos consejos de Reciclando Conciencia.

En la basura común va todo lo contaminado: nylon sucio, los desechos de baño, de limpieza, los trapos. Los medicamentos vencidos sin los blisters.

Las pilas, por ahora se tiran en la basura normal pero la cooperativa también las recibe y las neutraliza.

El aceite vegetal de cocina usado pueden llevarlo a la cooperativa, una fábrica lo convierte en biodiesel.

Los potes de crema, de leche, de shampoo, todo lo que es plástico tiene que ir limpio para evitar atraer roedores.

Pueden encontrar más información aquí: http://reciclandoconciencia.com.ar/

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Silvia S. Hagge

2021

Gracias, Alfre. Gracias, Cari. Ustedes saben.

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Primero viajo, después te cuento. El viaje es una excusa. Una excusa para sacar fotos. Otra excusa para encontrar historias.

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