Dra Roula Farah
Mientras buscaba cómo buscar a Husain Ali, en ese largo camino me crucé con varias personas que se conmovieron por mi historia. Y otras que me conmovieron por la suya. Roula es una de ellas. Y de ella, vaya si vale la pena hablar.
Un par de meses antes de mi viaje a El Líbano, en la casa de Nada y Guy Otayek en Paris, amigos libaneses de hace veinte años en Singapur, conocí a la única invitada libanesa, entre tantos parisinos. Desde el instante que nos presentaron hicimos un click. Se enteró de mi búsqueda programada en SoHmor y me dijo que ella hacía tiempo que buscaba a su abuela que se fue a Argentina y de quien no supieron más. Quedamos en que íbamos a ayudarnos. Pero no fue posible que ella me acompañara a SoHmor porque en ese momento estaría en Bélgica.
Cuando terminé mi búsqueda en el pueblo que ya es mío y comencé a preparar mi regreso a Beirut, la contacté. Se puso feliz de saber que íbamos a coincidir. Me invitó a un congreso sobre el cáncer que ella organizaba y a llevarme a pasear junto con unos nacionales de los Países Bajos, científicos, que iban a hablar sobre genética y el cáncer.
Roula es pediatra oncóloga. Es experta en cáncer infantil y trastornos sanguíneos. Roula es también profesora de Hematología Pediátrica y Oncología en la LAU, Lebanese American University. Es fundadora y presidente de la asociación CHANCE (Children Against Cancer), entidad que creó en el 2002 cuando vio morir a un niño que no pudo recibir su tratamiento por falta de recursos. Chance le da la oportunidad a los que no pueden por sus propios medios. Y en EL Líbano actual, son muchos.
Roula es también mi amiga. Es un personaje con pocos como igual. Conozco muy pocas personas que tengan tanta energía, inacabable, y que logren poner tantas cosas en su agenda, en un sólo día. Todos los días. Programadas o decididas a último momento. Pensar que a mí algunos me llaman Duracell. La batería de Roula todavía no pudo ser inventada.
Fui la primera en llegar al congreso, la primera en registrarme. La primera en tomarme un café. Esperé, mirando un cartel CRASH CANCER hecho por niñitos que lo padecen. Lo hicieron con pedazos de vidrios rotos de las ventanas que estallaron del hospital en la explosión que tanto afectó. De pronto, el lobby comenzó a llenarse de guardapolvos blancos de jóvenes médicos o practicantes. Entre tanto blanco, de golpe explotó azul y naranja. Radiante, enérgica, sonriente. Ella.
Se me acercó, abrazo, mucho cariño y qué alegría que hayas podido venir. Desapareció como entró, después de disculparse que tenía que terminar de preparar algunas cosas. Aproveché a presentarme ante los europeos que saltaban de obviedad. Los más altos de la sala. Esme, rubia y delgada, holandesa de pies a cabeza. Roland, castaño oscuro, anteojos y oyitos cuando sonríe; ambos científicos especializados en genética, los dos con doctorados en sus curriculums. Ambos trabajan en el centro de investigación y hospital del Cáncer que lleva el nombre de nuestra reina argentina en Utrecht. Y Willy, la simpática esposa de los oyitos.
El tema central era sobre el cáncer hereditario y familiar. Lo abrió Roula, la organizadora y maestra de ceremonias. Durante cuatro horas desfilaron oncólogos, científicos, Ministro de Salud, autoridades varias, expertos en esos temas.
Gene mutations, sequencing technology, BRCA 1, BRCA 2, PARP inhibitors, micro satellite instability, consanguinity. Full genome, full exome, genetic panel. Knudson, Hilario de Gouvea, Mehawej. Terminología nueva. Nombres desconocidos. Tantos que han logrado tanto. Como esos científicos exponiendo lo que aprendieron después de años de investigación. Y tantos médicos que curan, que cuidan. Y salvan tantas vidas. Y tantas otras que no son posibles.
Una mesa redonda muy interesante donde salió la polémica libanesa, la crítica al gobierno corrupto que no hace nada y que lo privado está sacando el país adelante. Y que cómo se van a ocupar de los chicos con cáncer si todavía no tienen solucionado el agua, la electricidad, la recolección de basura. Y la crisis, tan presente y sin fin.
Después de los aplausos y las fotos, Roula quedó en que pasaría a buscarme por mi departamento a las tres de la tarde, o sea, en un par de horas, para llevarnos a pasear. ¿Cómo hace?, pensé, mientras me recosté descerebrada después de tan larga mañana. Rogaba que se retrasara. Por suerte llegó un tanto más tarde para dejarme recargar.
Salté en la camioneta, en el asiento de atrás con las dos holandesas. Roland de copiloto y ella al volante, teléfono en mano, hablaba y buscaba en el GPS la forma más rápida de llegar a un parque nacional en una montaña en las afueras de Beirut. Cuando el copiloto no lo soportó más, se ofreció a tenerle el teléfono mientras ella tomaba el volante con las dos manos. No sirvió de mucho. Roula maneja como los libaneses. Haciendo veinte cosas a la vez y la ruta, es lo de menos. Autos y motos que la esquivan, que la miran sin decirle nada cuando les corta el camino, o cuando decide pararse en el medio de una calle transitada cuando el semáforo está en verde porque se acordó de que tenía que llamar a alguien. Yo estaba sorprendida y manejo en Argentina. Imaginen el estado de los europeos que veían lo mismo que yo. Se sentían en una de ciencia ficción.
El tránsito era muy pesado. Como la Panamericana un 24 de diciembre. Las calles, ruta 8 en los ochenta, sin carteles, sin sendas, cinco filas de autos cuando es de dos manos. Los que vienen del otro lado, esperan.
No íbamos a llegar. Los autos no avanzaban y el parque iba a cerrar. Optó por otro parque cinco minutos más cerca. Después de una media hora donde avanzamos a paso de procesión de rodillas, se despejó y tomamos un camino de montañas, pasando por pueblos, a una velocidad que supera por tres las que acostumbramos en esos lugares. Las caras de los holandeses no tenían precio. Carcajadas nerviosas y comentarios que ocultaban su ansiedad. Llegamos al parque cinco minutos antes de que lo cerraran, nos dejaron entrar porque Roula es tan simpática que todo lo consigue. Subimos la montaña a pie por una carretera asfaltada y muy prolija, escoltados por coníferas maravillosas y cedros, símbolo tan libanés. Blanca impecable de jeans, remera y zapatillas, ella avanzaba determinada para llegar a la entrada del parque para poder ver el atardecer que ya llegaba. Nosotros detrás, fatigados, seguíamos como podíamos. Después de un par de kilómetros y no encontrar la entrada, los cuatro extranjeros nos quedamos anclados en un descanso con vista maravillosa y el sol que se ponía. Contemplamos esa hermosa naturaleza en estupor. ¿Y ella? Después de quince minutos cuando ya no había sol, se dio cuenta de que no la íbamos a seguir. Volvió a nuestro encuentro con su incansable energía, con su sonrisa contagiosa. Con la costumbre que tiene de fotografiar todo. Absolutamente, todo.
De ahí nos llevó al Mir Amin Palace, hotel maravilloso donde tomamos un delicioso café blanco que es un té de agua de azar, infusión reconfortante, acompañada por galletitas de anís. Descansamos nuestro ser en sillones otomanos. Lugar hermosamente turco.
De ahí nos llevó a otro pueblo a comer y todavía le tocaba manejar la vuelta a la ciudad para depositarnos tirando las diez de la noche a cada uno en su lugar.
Quedó en que me pasaría a buscar la mañana siguiente para llevarme a visitar el hospital.
…
Cuando le pregunté cuántas horas me dijo que cinco, a veces cuatro y media son las que duerme por noche. Una vez que salta de la cama, no para hasta volver a acostarse, tarde. Así esté en Beirut, donde pasa tres semanas por mes entre el hospital visitando pacientes, el consultorio, las clases en la universidad o Chance. O en Bruselas, Bélgica, donde pasa una semana al mes y visita más pacientes en un hospital.
Pasó por mí una hora más tarde de lo que me había dicho, pero eso era porque ya había hecho mil cosas desde que había amanecido. Me pidió que tuviera un bolso preparado con muchos por las dudas. La meta final era llegar todos a Byblos para visitar la ciudad más antigua del mundo y de ahí terminar en una fiesta en la playa que una pareja de mujeres deejays ofrecieron gratuitamente para recaudar fondos para Chance. Pero antes, varias cosas en la agenda.
Al volante, esta vez maquillada, pantalones onda india verdes, saco haciendo juego, sandalias altas. Tenía que hacer acto de presencia en un congreso, el primero organizado por la Organización de Hematología Oncológica. Como ellos dieron el presente en el suyo, tenía que pasar para que le vieran la cara. Me hizo entrar como miembro de Chance. La chica de la recepción escribió Cylvia Hajj en mi pase. Ya no sé cómo me llamo.
Hodkin’s lymphoma, clinical trials, survival rate increase. Un italiano, una catalana, en pantalla. Luego el Dr Olivier Hermine, en carne y hueso, francés del Necker, hospital parisino donde mi hija Gaëlle recibió su trasplante de riñón, y otros más dieron algunas esperanzas con nuevos tratamientos que podrían funcionar según el caso.
Después de demostrar camaradería con sus colegas aprovechó para pasar por los stands para tener nuevos contactos de sponsors para Chance. Salimos hacia el hotel para buscar a los holandeses que hacía una hora que nos esperaban.
Pasamos por el hospital. Tenía que visitar algunos pacientes y quería que le sacara fotos a una pequeña iraquí. Fotos para un posible libro que quiere hacer y me comprometí a ayudarla para que sea posible. Invitó a los rubios a entrar y a visitar a la paciente con la excusa de que los científicos investigan en el microscopio pero no ven los casos en persona. Tan sabia.
De ahí nos llevó a las oficinas de Chance, donde tiene una sala donde hace arte terapia con los chicos. Dibujan, pintan. Todos los años hacen un calendario con esos dibujos para recaudar fondos. Y esa terapia con arte lo bien que les hace.
Volvimos al auto. Todavía no partiríamos a Byblos, faltaba una visita en auto por la ciudad, una parada en el pigeon hole, roca sobre el Mediterráneo tan beirutí, con la suerte de conseguir un lugar para estacionar justo al lado del lugar turístico. Todavía faltaba pasar por un café que se inauguraba, mostrarnos otro que valía la pena y otros barrios de Beirut. Tiraba el auto donde podía, lograba encontrar siempre un lugar donde dejarlo. Roula no da el brazo a torcer. Todo parece que le sale fácil.
Por fin salimos para Byblos. Cuarenta minutos más tarde nos sentábamos en un restaurante literalmente tocando el Mediterráneo. Pescado grillado, taboule, puré de papas frio, babaganush. Almuerzo corto porque ya nos esperaba un guía para visitar la ciudad antigua, de donde se creó el alfabeto fenicio que tanto contribuyó a la humanidad.
Eran solamente las tres de la tarde y ya habíamos hecho tantas cosas. Solazo, treinta grados a la sombra, las piernas no podían ya. Las mías y la de los europeos. Ella, seguía, adelante, disfrutando, comentando, viviendo cada momento con esa intensidad. Todavía nos tocaba pasar por el lugar de la fiesta, dejar las alcancías para las donaciones, ir al hotel donde pasarían la noche los científicos, darnos una ducha a las corridas y llegar a la fiesta no más tarde de las seis y media para no perdernos la puesta del sol. Cuarenta y cinco minutos después estábamos perfumados y listos para la danza en un lugar buenísimo. Pegados al mar. Mientras nosotros ya disfrutábamos, ella se pasó buscando sillas para los amigos que habían pagado para una mesa que no estaba lista.
Bailamos toda la noche. Arregló para que unos amigos me alcanzaran hasta Beirut ya que mi vuelo era al día siguiente. Ella se quedó en la fiesta quién sabe hasta cuándo, con la misma energía de la mañana.
Eso es apenas una introducción de una increíble mujer.
Los invito a ver este video así la conocen y ven de qué se trata Chance. Pueden poner los subtítulos en español.