BUSCANDO A HUSAIN ALI 3
El fantasma del miedo. El miedo a lo desconocido. El miedo al otro. Al diferente. A lo diferente. Al otro bando. Al otro partido político. A otro sexo. Ese miedo que nos imponen los medios de comunicación. Las noticias, las imágenes, los que nos cuentan los que no saben, los que no estuvieron ahí y se llevan por la imaginación.
Cuando logramos saltar esa barrera, cuando no nos dejamos llevar por lo que nos cuentan y realizamos que el miedo es sólo una sensación, o que nos animamos a enfrentarlo, nos damos cuenta de que nos han mentido. El otro es como nosotros.
¿Estás loca, a Irán? Cuidado. ¿Pakistán?, uy, no vayas. ¿La India? Cuidate mucho. De los violadores, de los terroristas, de los fundamentalistas. Cuidado.
Los beirutíes cristianos no paraban de decirme que tuviera cuidado con SoHmor por ser cien porciento Shiita y porque “ahí está el Hezbollah”. Desde SoHmor, Kadmous me pedía que le enviara un mensaje diario preocupado por mi seguridad en Beirut. Cuidate. Hussein, su hijo canadiense, me dijo que siempre quiso ir a Argentina pero que no piensa ir por miedo a la inseguridad.
El miedo. Siempre el miedo. ¡Cuánto nos perdemos de hacer o de conectar con el otro por miedo!
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La personalidad de Kadmous, dueño del hotel de SoHmor donde estoy parando es el tío Juan. O Alf. Centro de atención en las mesas. Habla, habla, habla. Excelente sentido del humor, crítico de la situación político-religiosa de El Líbano. Empresario, incansable trabajador. Hace mil cosas a la vez. Físicamente es tan Tío Esmael, con una pizca del tío Salmín. Estuvo casado con una canadiense con quien tuvo 5 hijos. Todos ellos en Canadá. En este momento Hussein, uno de ellos, está de visita, con su esposa. Rubio, ojos claros, importante barba, brazos sin un centímetro sin tatuar. Maneja una camioneta llamativa que no lava para no llamar la atención en el pueblo. Si supiera. Del segundo matrimonio con Yamama, Kadmous tiene otros tres hijos.
Las comilonas en su casa son sacadas de las de los Amar en Argentina. Festines improvisados y gente que va cayendo. Sopa, kafta, kebbe cocido, labne, un plato con verdes y rojos para comer así, con un poco de sal: tomates, pepinos, lechuga, menta. Para agregar, brochettes de pollo, de cordero, de vaca, papas fritas, ensalada… Festines.
Kadmous es Al Menem, primo de un ex-presidente que recordamos. O que no queremos recordar. Del lado de su madre: El Khechen, así que también pariente nuestro. Kadmous me ayudó mucho a llegar con mis pistas porque su padre que murió hace un par de años era el que conocía la historia de todos y se dedicó a pasar la información a los intendentes que lo sucedieron. Al fin y al cabo, SoHmor sigue siendo una cuasi aldea. Aunque con la mega superproducción de hijos todo puede complicarse. El ochenta porciento de la población se llaman Kamar. Y si no es el ochenta, casi.
Después de que terminara de rezar en la mezquita fuimos a ver a quien, según Kadmous, sería el contacto en vida más cercano de mi abuelo.
Ahmad Abou Talib, que también se llama Esmael Kamar, 93 años, dobladito, avanzaba con dificultad con la ayuda de un bastón. Desde atrás le dijeron unas cosas en árabe y nos hicieron entrar a un saloncito lleno de sofás apoyados contra las cuatro paredes. Me temblaban las piernas tanto como a él. Camisita a cuadros, chalequito, gorrita. Audífono evidente, cerebro bien activo. No tuve tiempo de sentarme que me dieron una de las noticias que había estado buscando durante tanto tiempo. Husain Alí tenía dos hermanos. Una gran foto en la pared: Ali, uno de ellos; el padre de Ahmad.
Sobredosis de dopamina, palpitaciones, mareo, lágrimas. Tuve que sentarme, respirar. Esperar. Más lágrimas. Demasiada información en dos minutos. Tantos años sin saber y de golpe tanto. Qué difícil de procesar.
Cuando me repuse, escuché atenta.
Husain Alí tenía dos hermanos mayores. Primero llegó Mohammad en 1890. Ali, el de la foto, en 1892 y luego mi abuelo en 1895. Los tres hijos eran de Ali Hagge, como pensamos que siempre se llamó, pero acá era Ali Abou Talib Kamar, y de Hadija El Khechen. La familia carga con tres nombres principales, para el occidente serían apellidos. Estos son: Abou Talib (el que aprende), Esmael (porque un ancestro se llamó así) y Kamar (Amar para el occidente, que significa luna). Aunque también, porque algún ancestro fue alguna vez a la Mecca, y porque en la familia eran muy religiosos, los de la generación de Husain Ali también llevaban el apellido Al Hagge. En la tumba de Ali, que pude comprobar cuando fui al cementerio, su nombre aparece como: “ Al Hagge Ali Abou Talib Kamar”. Ya nadie de la familia lleva el nombre Hagge, razón por la cual había sido difícil encontrarlo por ese lado. Fue gracias a los nombres que le dí de los padres de Husain Ali que Kadmous me llevó directo sin escalas. Estoy tratando de comprender por qué Husain Ali cuando llegó a Argentina se puso Hagge. ¿Habría sido más fácil? No me extrañaría que en el registro de inmigración, recién llegadito a Argentina durante la Primera Guerra Mundial, adolescente que sólo hablaba árabe, cuando les largó la lista de nombres se quedaron con el primero. Nunca lo sabremos. O quizás algún día. Por lo pronto ya avanzamos varios casilleros.
Ahmad nos contó la historia que más me conmovió, y volvió a repetirla Jafar, su hijo que tanto me hace acordar al Tío Negro: “Durante 30 años escuché la historia de esos hermanitos huérfanos que estaban en Argentina”. Parece que cuando Ali, hermano mayor de Husain Ali, se enteró de que los chicos estaban desamparados después de la muerte de los padres, mandó una carta a Argentina para Abdoulatif, un hombre de letras de SoHmor devenido uno de los más grandes personajes libaneses en su país de adopción, para pedirle que buscara a esos niños y que los mandara a la tierra de su padre. Según me contaron, hizo una promesa que no pudo cumplir. Claro, ¿quién tenía los medios para enviar a estos chiquitos, y cómo podrían haber viajado solitos en barco al otro lado del mundo? Con Kadmous coincidimos que tuvieron suerte en haberse quedado en Argentina. Dudo que los demás estén de acuerdo.
En un rato voy a comer a la casa de Ahmad Abou Talib, a esa misma casa donde me enteré de tanto. Anticipo otro día lleno de emoción.
Aguante, Silvi, para eso vino.