ANTÍPODAS 1
INTRODUCCIÓN
En noviembre del 2016 se canceló un viaje a India y tuve que buscar cómo reemplazarlo. Busqué un país donde nunca había ido, cercano a Singapur, país donde vivía. Opté por Taiwán. Llegar sola, de noche, a un lugar donde nunca estuve antes me produce una sensación inigualable. Despertar la primera mañana y salir a descubrir ese terreno virgen, no tiene precio. Taiwán, no fue la excepción.
Nací y crecí en Argentina pero ya llevo casi la mitad de mi vida en Asia. Si bien llevo mi país y su cultura aferrados a mis venas, mi conexión con el Oriente es significativa.
En ese viaje me enteré que Taiwán en 1895 era la República de Formosa y que la habían bautizado así unos navegantes portugueses al ver esa isla tan hermosa. Aunque lo más jugoso fue enterarme que es antípoda de la provincia argentina con el mismo nombre. Tamaño descubrimiento me llevó a seguir investigando y ahí me di cuenta de que Argentina es uno de los pocos países que tiene antípodas sobre tierra firme. Argentina es antípoda de Taiwán, China, Mongolia y Rusia.
La idea inicial de este proyecto es buscar puntos geográficamente opuestos, ir a visitarlos, fotografiarlos y encontrar historias. Este es el punto de partida de un proyecto que seguramente me llevará muchos años concretarlo pero, como siempre, lo más emocionante está en el camino.
Singapur, diciembre del 2017.
Los siguientes lugares fueron los que visité. Son los 5 puntos donde coinciden pueblos o ciudades en ambos lados. Y una yapa.
- LAGUNA BLANCA antípoda de KEELUNG
- SIETE PALMAS antípoda de JISHAN
- EL ESPINILLO antípoda de NUEVA TAIPÉI
- MISIÓN TACAAGLÉ antípoda de TAOYAN
- GENERAL MANUEL BELGRANO antípoda de PARQUE PIAO LU MU
- LAGUNA NAICK NECK: Un taiwanés en Formosa
LAGUNA BLANCA, antípoda de KEELUNG.
LAGUNA BLANCA
Laguna Blanca es una ciudad de la provincia de Formosa a 140 km de la capital del mismo nombre. Es mi base en la zona desde donde cubriré los únicos cinco puntos habitados de la provincia que son antípodas de Taiwán. Dormiré en un pequeño hotel, uno de los tres que hay en la ciudad. El Imperial Apart Hotel no tiene restaurante. Laguna Blanca, tampoco. O yo no los encontré. Están los llamados “comedores” que sólo los locales saben donde están y cuando abren. A cinco cuadras del Imperial hay una flamante YPF inaugurada hace apenas unos meses. Esta estación de servicio me salva. Es mi comedor, mi oficina, mi lugar de citas y encuentros. Es donde voy cuando llueve y cuando se corta la luz en el hotel. Es donde escribo o leo cuando tengo que esperar que el calor se apacigüe. La YPF tiene aire acondicionado, cosa que en un noviembre formoseño no es poco.
La concesión del restaurante de esta estación de servicio devenida mi segundo hogar está en manos de Isabel Holgado, madre del simpático Santino. Esta mujer de gran empuje no sólo me alimentó, también me permitió acompañarla hasta Clorinda y cruzar la frontera a Paraguay donde hace las compras para su restaurante que siempre tiene comida casera y variada. Ese viaje de un par de horas me permitió conocerla más. Mientras estudiaba diseño en Rosario comenzó a gustarle la cocina así que allí mismo se puso a aprender y desde entonces no paró. También pude enterarme de un proyecto que tiene pensado llevar a cabo en su propia cocina: agrandarla para poder enseñar a cocinar a aquellos del pueblo que quieran contar con otra salida laboral.
En ese mismo restaurante conocí a María Elena Gómez, Mary, una simpatiquísima venezolana que también trabaja allí. Mary, bajita, sonriente y movediza detrás del mostrador, toma mi primer pedido. El primero de tantos que luego vendrán. Le pregunto qué hace una venezolana en ese lugar del mundo. Con calma, entre cliente y cliente, me cuenta su historia. Me dice que vino con su tía y con sus primos que son cirujanos. Primero estuvieron en Buenos Aires, pero no les iba tan bien y decidieron probar suerte en Laguna Blanca. La historia de Mary y su familia me conmueve. Unos días después me animo y le pregunto si puedo entrevistar a sus primos. Aceptaron y esto es lo que me cuentan.
Yadira Carrero Barrientos es venezolana y médica. Egresó de la Universidad de Carabobo, hizo un postgrado en Cirugía General y Laparoscópica y fue docente de grado y postgrado en la Universidad Central de Venezuela. Tiene treinta y seis años de carrera y muchos de ellos dedicados a la cirugía que, según confiesa, es su pasión.
“Todo comienza cuando el régimen cambia y viene el chavismo. Al principio no se notaba mucho porque Venezuela estaba en una gran bonanza. Había trabajo, no había grandes cambios en la vida cotidiana. No había ningún problema. Uno podía viajar, seguir su vida. Hasta que llegó un momento que comenzó a disminuir el trabajo. Teníamos treinta operaciones al mes. Luego empezó a bajar a diez, después a cinco y, al final, pasaban meses que no operábamos. En los hospitales públicos no había recursos y en los hospitales privados la gente no podía pagarse las operaciones. Veíamos que la situación iba empeorando, el poder adquisitivo bajaba y, al final, un día nos pusimos a preparar la documentación para partir. Decidimos probar suerte en Argentina. Habíamos viajado varias veces como turistas a Buenos Aires y nos encantaba.”
Yadira cuenta que al principio llegó sola a Buenos Aires para tramitar las equivalencias y lo primero que consiguió fue un trabajo como paramédica curando pacientes recién operados a domicilio.
“Los papeles eran muy difíciles de obtener. Venezuela no tenía ningún convenio con Argentina. Había que hacer la convalidación del título, cosa que dura entre ocho y doce meses. Luego había que rendir un examen y de ahí a convalidar el postgrado en otro lado.“
Yadira cuenta que una buena forma para revalidar el título es que en algún lugar no haya médico para una especialidad vacante. Como en Formosa necesitaban más cirujanos de su especialidad, tuvieron la posibilidad de mudarse a Laguna Blanca. Presentaron todos los exámenes y la provincia les dio una matrícula provincial para poder ejercer. Su especialidad: laparoscopía de abdomen, tórax y cuello.
“Después llegó mi prima Mary. Al mes y medio llegó mi hermano con mi mamá de 87 años que tiene demencia senil. Se nos hacía complicadísimo dejarla sola en casa así que tuve que dejar de trabajar para ocuparme de ella mientras mi hermano y mi prima salían a trabajar. Trajimos un dinerito que nos ayudaba a sustentarnos al principio, mientras esperábamos que llegara de Venezuela una documentación fundamental para revalidar el título. Eso nos tenía muy mal. Pero, por fin llegaron los documentos.”
Después de escuchar pacientemente el relato de su hermana, Carlos Carrero Barrientos, con voz pausada y esa bella tonada venezolana, recuerda que los primeros tiempos en Buenos Aires, cuando trabajaba como paramédico, fueron bastante duros. A veces caminaba treinta cuadras de un paciente a otro. Sus ojos oscuros brillan mientras agrega, “El pasaje de colectivo me salía $30 y la paga por un tratamiento era de $60.”
Como los números no cerraban, se puso a trabajar en un lavadero de autos. “Trabajaba doce horas por día con media hora para almorzar. Por la noche llegaba agotado, me dolía todo el cuerpo.”
Cuando le pregunto si el trabajo como cirujano no es más cansador físicamente me responde que no. “Tienes un cansancio mental, por la concentración que tienes que tener, pero no te duele el cuerpo.” Y sigue, “Teníamos sentimientos encontrados, habíamos estudiado la carrera, hecho residencias, un postgrado, laparoscopía, cursos, especializaciones, congresos, años de formación y piensas ¿qué estoy haciendo?” Sin embargo, gracias al lavautos hizo un amigo que le presentó una médica compatriota que pertenece a una asociación de médicos venezolanos en Argentina. “Gracias a ella nos pusieron en contacto con Formosa y pudimos comenzar los trámites.”
Después de lavar autos, Carlos se fue a trabajar a Once en una tienda de ropa. Allí, en esa tienda de judíos, aprendió a cortar un poco de tela. Me atrevo a decirle:
- Pero para ti eso de cortar telas debe ser fácil, eres cirujano.
-No, al contrario. Para operar, uno usa la punta de la tijera, para cortar telas usas el fondo y tienes que tener buen pulso para cortarla derechita. Es una tarea difícil.
Me hace reír.
Carlos me sigue contando que además de lavar autos, trabajar como paramédico y cortar telas en Once, también probó manejar Uber pero tuvo que dejar porque le robaron y lo golpearon. También se compraron una motito y, junto con su hermana y su prima Mary, se turnaban para trabajar en Pedidos Ya. “Tuve momentos muy duros, pero también conocí gente muy buena que nos alentó. Nos ayudaron mucho. Siempre pienso que las cosas en la vida pasan por algo, que hay un mañana mejor, que las puertas se abren.”
Dicen que ni bien llegaron a Laguna Blanca les pegó duro porque venían de Caracas que es una ciudad grande, un poco más grande que Asunción. Pero los colegas venezolanos que ya estaban instalados en la provincia les dijeron que de todos los sitios de Formosa, Laguna Blanca es el mejor lugar que les pudo haber tocado. Sigue: “Ahora que pasaron tres meses nos damos cuenta de que estamos en un lugar estratégico de Formosa y ya nos hemos ido acomodando. Tenemos muy buena relación con la gente, han sido maravillosos con nosotros”.
Les pregunto si la idea es quedarse en Formosa a largo plazo o si les llega la convalidación para trabajar se irían a Buenos Aires. Con mucha seguridad, Yadira me responde: “No, por el momento queremos quedarnos aquí. A mí lo único que me haría irme es mi país. Si mi país cambia, en un tiempo prudencial, yo volvería, pero por el momento estamos muy tranquilos. Extrañamos Venezuela todos los días. No es fácil irse cuando uno está grande, uno puede hacerlo de joven, pero no de grande.”
Carlos agrega: “Aquí ganamos mucho más que en Buenos Aires. Las personas tienen un trato muy receptivo. Trabajamos mucho, tenemos dos días quirúrgicos por semana, cuatro días de consultorio, hacemos guardias dos veces a la semana y operamos siempre juntos. Tenemos dos fines de semana libres al mes. Cada día de operación hacemos unas tres cirugías más las emergencias, como apendicitis y vesícula. La gente viene de todos lados: de Espinillo, de Siete Palmas, de General Belgrano, de Misión Tacaaglé, Laguna Naick Neck. Somos los únicos cirujanos de la zona. Por el momento operamos a cielo abierto porque no tenemos el instrumental quirúrgico para laparoscopía. Se lo pedimos a la provincia y ya está por llegar. Hay insumos, hay medicamentos. Tenemos muy buena relación con los paramédicos, los enfermeros, los pacientes, con todo el mundo. Nos sentimos más tranquilos que en Buenos Aires.”
En Laguna Blanca, Yadira, Carlos y Mary pueden tener una mejor calidad de vida, un lindo departamento que comparten, un auto para desplazarse y alguien que cuide de su madre mientras trabajan.
Ya es de noche. Me gustaría quedarme más horas escuchándolos, pero tampoco quiero abusar del generoso tiempo que me han brindado. Miro por la ventana y los veo partir mientras resuenan sus voces en el silencio de la YPF.
14 de noviembre, 2019.
KEELUNG
Esta es mi segunda visita a Keelung. Estuve por primera vez el año pasado por curiosidad, para ver de dónde venía una amiga taiwanesa. A mi amiga Patience, alta, delgadísima, siempre elegante, la conozco desde 1996, cuando las dos acabábamos de mudarnos a Singapur. Pat me invitó a cenar a su casa al poco tiempo de habernos conocido. Cuando llegué estaba hablando por teléfono con su padre que acababa de regresar a China después de cincuenta años de ausencia. En 1949 fue enviado a Taiwán “de vacaciones” y nunca más había podido regresar.
Keelung es antípoda de Laguna Blanca. Es donde nació el padre de Pat y donde vivió después de su regreso de China. Es donde nacieron sus hijas y donde vivió casi toda su vida. En mi viaje, no pude conocerlo porque estaba en China. Le pregunté a Pat por un contacto que pudiera ayudarme en su ciudad y me dio el de un compañero de escuela llamado Shen.
Hong-Chang Shen, Shen (沈), quien se auto apodó “Alpha” tiene pelo gris y cara de bueno. Su enérgica mujer se llama Chen Yue Lin (陳 玥 霖), auto apodada “Beta”, tiene el pelo corto rojizo, anteojos de marcos redondos y una sonrisa constante. Vienen al hotel a conocerme y a ayudarme a planificar mi viaje. Llegan con un paquete de uvas como regalo de bienvenida y porque nunca pueden llegar con las manos vacías. Beta habla un poco de inglés, y con mi escaso mandarín podemos llegar a entendernos lo suficiente. Este simpático matrimonio me da consejos sobre medios de transporte y zonas donde poder pasar la noche en búsqueda de las otras antípodas de Argentina. Quedamos en volver a vernos el lunes siguiente después de mi regreso a Keelung.
En la universidad, Shen dicta materias que se podrían traducir como “Terapia de aventura para adolescentes” y “Experiencias educativas para la vida”. Estas materias se cursan en las carreras de “Asistencia social” y “Acompañamiento psicológico”. Shen me cuenta que el objetivo de estas disciplinas desprendidas de la psicología “es brindarle herramientas a los adolescentes de familias disfuncionales para que puedan rehabilitarse del consumo de estupefacientes y recuperarse de trastornos emocionales a fin de llegar a ser autoválidos y capaces de insertarse en la sociedad.”
Estos jóvenes realizan actividades muy diversas. Una de ellas es un viaje en bicicleta de 500 km durante las vacaciones estivales de julio y agosto. El objetivo es transformar el viaje en aprendizaje. Ellos mismos ponen sus metas. Nosotros no les imponemos reglas estrictas, tan solo los orientamos para que establezcan acuerdos consensuados donde no se use dinero, no se reciba ayuda de agentes externos y el uso de la tecnología de comunicación sea limitado. En resumen, se les crea el marco necesario para conocerse y disciplinarse por sí solos.
Terapia de aventura también se aplica al desarrollo de un aprendizaje activo en niños pequeños y sus familias para estimular la iniciativa propia y las buenas actitudes ante la vida. Esta modalidad se ha extendido también a aldeas remotas y estudiantes desfavorecidos. A través de la empatía se descubren necesidades propias y comunitarias. Los jóvenes se reconocen capaces, comprometidos y protagonistas influyentes de lo que vendrá.
Días después, fuí al barrio de Qī tóu (七頭) a tomar el té a la casa de los padres de Alpha, donde creció. El padre, fanático de la cultura del té, me hizo una degustación personalizada de una gran variedad de tés que me hizo subir la cafeína al cielo. Allí conocí una de las hermanas de Alpha, con su hija y nietas. Alpha, único varón descendiente, es un rey entre tantas mujeres.
Los dejé con mi corazón latiendo a fondo. No solo por la cafeína, sino por el amor que me dieron.
20 de noviembre, 2017.
Agradecimientos:
Muchas gracias a Isabel, Mary, Yadira, Carlos, Gisela, Puli y sus hijos, Alpha, Beta y familia por abrirse y contarme sus historias.
A Julián y Pat por los contactos.
A Alfre, por leerme.
En memoria de Alf, mi mayor e irremplazable fan.